Olga González-Sanabria, la puertorriqueña que inventó las superbaterías espaciales y dejó su huella en la NASA

A mediados de la década de 1970, en Puerto Rico, Olga González-Sanabria asistió a una charla que cambiaría el rumbo de su vida. Un estudiante habló sobre ingeniería, un campo del que ella nunca había oído hasta entonces. Fue un momento decisivo: “Sentí cómo se abrían mis alas”, recordó en una entrevista. Ese instante de revelación la llevó a embarcarse en la carrera en ingeniería que la llevaría del Caribe a la NASA, donde su contribución fue vital para la ciencia espacial.

En sus primeros años de carrera, enfrentó la dificultad de haber recibido menos preparación técnica en comparación con sus colegas masculinos, especialmente en dibujo. A pesar de estos retos, su perseverancia la llevó a superar las barreras y destacar en su campo.

Tras graduarse de la Universidad de Puerto Rico, Olga González-Sanabria llegó al Centro de Investigación Glenn de la NASA en Cleveland, donde fue muy bien recibida. Ingresó al equipo de electroquímica, el área responsable del desarrollo de tecnología para misiones aeroespaciales.

En una conversación con La Opinión, González-Sanabria reflexionó sobre su carrera y los obstáculos que superó: “Resolver cualquier problema con mi conocimiento y experiencia, es lo más gratificante de ser ingeniera”.

Tras graduarse de la Universidad de Puerto Rico, Olga González-Sanabria -a la derecha- llegó al Centro de Investigación Glenn de la NASA en Cleveland, donde fue muy bien recibida (Imagen La Opinion)

En su paso por la NASA, González-Sanabria asumió el desafío de extender la vida útil de las baterías de níquel-hidrógeno, las cuales eran fundamentales para el funcionamiento de la Estación Espacial Internacional. El objetivo era lograr que las baterías tuvieran una duración de 15 años, un reto considerable en ese momento. Junto a su equipo, modificó el diseño y composición de las baterías, lo que alargó su vida útil a 30 años, el doble de lo esperado.

Las baterías de níquel-hidrógeno, mejoradas bajo la supervisión de González-Sanabria, permitieron que la EEI se mantuviera en funcionamiento constante desde su lanzamiento en 1998. Este logro fue fundamental para la creación de un laboratorio espacial permanente, una idea que circulaba desde mediados del siglo XX, pero que no había podido concretarse debido a los límites de la tecnología en baterías.

Las mejoras realizadas permitieron que los satélites y sondas espaciales, como la Mars Odyssey y el Telescopio Espacial Hubble, también funcionaran por largos periodos sin necesidad de reemplazar las baterías, al reducir costos y aumentar la eficiencia de las misiones.

Pionera e inspiradora: la contribución de González-Sanabria a la NASA

A lo largo de sus 32 años en la NASA, Olga González-Sanabria no solo dejó su huella en la ingeniería espacial, sino también en la gestión de la agencia. En 2004, se convirtió en la primera latina en ocupar el cargo de Directora de Ingeniería y Servicios Técnicos en la NASA, enfrentándose a un entorno donde las mujeres aún luchaban por ser escuchadas. A lo largo de su trayectoria, recibió numerosos premios, incluyendo la Medalla al Servicio Excepcional de la NASA y el Premio de Rango Presidencial.

Larry Thaller, Michelle Manzo, John Smithrick y González-Sanabria posan para su premio R&D 100 por las “baterías de níquel-hidrógeno de larga duración” en 1988 (Imagen La Opinion)

Hoy, retirada de la NASA, González-Sanabria vive en Puerto Rico, donde cultiva frutas y verduras, y dedica parte de su tiempo a brindar mentorías a jóvenes interesados en adquirir conocimientos científicos.

LA NACION

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