Marcos Benítez: Mi arte nace del abrazo entre la tierra, la historia y el silencio de la memoria

En este presente creativo que conjuga memoria y proyección, Marcos Benítez no solo plasma su obra en espacios de prestigio, sino que también se convierte en un actor comprometido de la escena local. Expuso en Arte CO, un espacio que dialoga con las nuevas corrientes del arte contemporáneo, y sostiene un compromiso profundo con su comunidad como miembro donante del Museo de Arte Contemporáneo de Corrientes. Este vínculo simbiótico entre creación y acción pública reafirma su apuesta por un arte que trasciende el lienzo para construir redes culturales que sostienen la identidad y el futuro.
En el abrazo íntimo nace el arte de Benítez: un gesto creativo y un acto de comunión con raíces que se extienden más allá de las fronteras políticas, un territorio cultural donde el susurro del guaraní, el crujir del quebracho y la memoria ceramista se funden en una voz ancestral. Su obra se erige como puente entre pueblos y tiempos, donde la cerámica se convierte en huella viva de tradiciones que resisten a desaparecer, un canto silencioso que reclama su lugar en la contemporaneidad, en el corazón de Sudamérica y más allá.
El recorrido de Benítez es también el mapa de un artista que habita su geografía interior, transitando la madera, el textil y el barro como quien navega un río que lleva historias, heridas y esperanzas. Su obra, un sudario tejido con técnicas que abrazan la interdisciplinariedad, revela un tiempo detenido y en movimiento a la vez, donde la naturaleza y el hombre dialogan en una danza ritual de creación y preservación. Cada huella que imprime no es mera repetición, sino un mantra, un acto de resistencia poética que defiende el valor sagrado de la memoria en su forma más tangible y silenciosa.
Pero ese tránsito entre la agreste naturaleza de sus orígenes y el brillo de los espacios urbanos donde exhibe su obra no borra la esencia del territorio, sino que la proyecta con fuerza, incluso cuando las voces originarias parecen desvanecerse. En la distancia, Benítez se vuelve custodio de saberes que se extinguen, homenajeando con respeto a quienes sostuvieron esos legados, como Rosalina Robles, última ceramista de una tradición que se apaga. Así, su arte es un acto de amor y duelo, una declaración profunda que nos invita a escuchar el latido silente de la tierra, a reconocernos en esa memoria compartida y a sostener con pasión el presente y el futuro de nuestra identidad cultural.
— Bienvenido, Marcos. Cada vez que venís es una celebración. Tu obra es hermosa y se recibe muy bien.
— Bueno, yo soy el privilegiado, porque para mí Arteco y Corrientes no son solo una feria o un encuentro de galerías. Para mí tiene que ver mucho con lo afectivo, ¿viste? Tengo vínculos, amigas que hicieron conmigo la facultad, gente que conozco desde hace mucho tiempo. Generé muchos lazos y para mí es venir a visitar a amigos, a compartir. Me tratan como si fuera de la familia, me siento en mi casa, mejor que en mi casa, entonces estoy muy contento.

«El territorio no tiene fronteras cuando el arte cose los lazos invisibles»

— ¿Cómo vivís el momento de creación?
— En realidad, las cosas me encuentran a mí, diría yo. No es que me siento a pensar «quiero trabajar esto», sino que van surgiendo y, si me apasionan, empiezo a investigar, a leer, a acumular imágenes y registros. Me gusta trabajar mucho con registros, con imágenes, con historiadores, con la historia del lugar o de las cosas que voy desarrollando. A partir de ahí se van desplegando como historias o como un libro con capítulos. Luego voy eligiendo la materialidad, que depende del contenido. A veces trabajo solo con audio — vos fuiste parte de eso — y paso el audio a audiovisual, fotografía, cerámica, textil. Soy un artista interdisciplinario y cada vez más se borran las fronteras entre disciplinas en el arte contemporáneo. Ya no sos solo un artista fotógrafo o grabador; eso se diluye según el proyecto. Creo que eso es una riqueza. Además, hay colaboraciones con otras disciplinas como el cine o el teatro. Estas colaboraciones son muy comunes hoy en el arte contemporáneo actual.
— ¿Qué te llevaste de la experiencia a la que te llevó tu obra de imprimir la identidad de esos árboles?
— Yo creo que esa obra es como la culminación de un inicio en mi carrera. Yo empecé con el grabado, con la ciclografía, y tiene que ver con el tema de la madera, ¿verdad? La madera siempre fue un elemento con el que tuve vinculación y también, obviamente, estudié con varios maestros en Paraguay. Siempre el tema de la huella, el registro, fue una constante; la multiplicidad en mi obra, la serialidad, la serialidad no para repetir, sino como una posibilidad de afirmación, ¿verdad? Como los mantras o las frases, más por ese lado que por repetir una misma cosa. Entonces, el tema del hacer los sudarios fue como mezclar varias técnicas, eso que te decía de diluir esas técnicas porque cuando tengo que explicar no es grabado, no es impresión, no es cerámica, es todo. Porque yo envuelvo con textil, que tiene que ver con una historia del telar, que es fibra de algodón pero industrial. Viene con una historia del telar, la opoí, donde yo arropo estos árboles, envuelvo, abrigo, voy mojando y uso la técnica del bruñido de la cerámica para sacar esas huellas, ese registro. Entonces es como una mezcla de todo. Creo que es la culminación de este proyecto mío cerámico, esa mezcla. Entonces como que ahora me siento, aparte tuvo mucha repercusión, me invitaron, siempre me invitan a llevarlo. Compraron colecciones y siempre me dicen: «Yo compro porque nunca vi esta técnica». Y yo les digo, sí, la verdad que yo la inventé. La inventé porque es una mezcla de todo y estoy muy satisfecho. Y la verdad también la obra te va encontrando, como te decía, porque empezó desde una necesidad que estuvo en una residencia en el Chaco, que está aislada, todo. Te vas cruzando con lo que es Puerto Casado. Yo dije: «Tengo que llevar textil, tengo que hacer algo textil porque allá no va a haber nada, solo tierra.» Bueno, mojé estas telas en el río, las dispuse sobre el patrimonio, que es un puerto destruido hecho por quebracho, madera del quebracho, que es lo que se explotaba ahí en las tanas. Desde ahí empezó esto. Tenía que sacar la huella a esto. Primero trabajé con fotografía, después saqué la huella del puerto destruido hecho por quebracho, y a partir de ahí empecé a trabajar con esto, ¿verdad? Y ahí fui mejorando la técnica.

«En cada abrazo nace un vínculo»

— ¿Qué podemos ver de tu obra? Porque sabemos que se muestra en redes, en notas, en Paraguay, en Buenos Aires, en Corrientes, en Resistencia… en todos lados donde hay un espacio de arte contemporáneo. ¿Qué trajiste para esta oportunidad?
— Acá en Arteco traje una obra que forma parte de un gran proyecto que empecé en 2005 y concluí en 2023. Tiene que ver con pueblos ceramísticos y mujeres ceramistas de Paraguay, que están distribuidos en las afueras de Asunción, la capital de Paraguay. Empecé en Área, luego fui a Itá, Tobatí, y terminé en Yaguar. El último proyecto de Yaguar es el que traje acá para Arteco. Está expuesto en La Alondra y se llama Mbeyú Rova, que quiere decir la cara Mbeyú — cara en Mbeyú. Son unos platitos en cerámica que trabajó Rosalina Robles, la última ceramista que mantuvo esta tradición. Ella falleció el año pasado, y con su muerte se perdió esa tradición. Entonces, esta obra es un homenaje a ella.
Además, la estoy exhibiendo en una sala donde la gente se reúne a comer, a compartir, a relacionarse. Para mí, exponer en ese espacio tiene que ver también con la gastronomía, porque el comer es algo que nos nutre y se comparte, generando vínculos. Entonces, esta obra tiene mucho que ver con eso. La gente puede visitarla de 8 de la mañana hasta las 8 de la noche.

«Entre platitos de barro, el alma
de un pueblo se despide y renace»

— Tu obra transita sobre algunos símbolos del patrimonio natural y también gastronómico, esas costumbres que nos unen. ¿Qué similitudes ves en este aspecto que se forja entre Paraguay, el norte argentino y cómo todo esto va transitando hasta Buenos Aires con tu obra? ¿Qué te devuelven las personas?
— Primero que todo, trabajo el tema del territorio como un territorio cultural, ¿no? Como un territorio geopolítico con fronteras arbitrarias. Corrientes para mí tiene que ver con ese territorio cultural que compartimos, especialmente en la gastronomía, que es un eje fuerte en mi obra. Acá se come mbeyú, chipá, hablamos guaraní, y todo eso nos vincula. Por eso me pareció interesante traer una obra que muestra cómo nuestras culturas se conectan.
Y, aunque no lo creas, estoy más cerca de circuitos internacionales con Arteco que en mi propia capital, porque acá es donde me vínculo con galeristas y coleccionistas de Buenos Aires. Hay proyectos que surgieron gracias a Arteco, incluso coleccionistas que adquirieron mi obra a partir de este evento. Para decirte lo trascendente que es esta feria para mi obra y mi crecimiento profesional.
— ¿Qué opinas del movimiento y la expectativa que se ha generado en los últimos años y que en estos meses llegaría a su punto culminante con la inauguración del Museo de Arte Contemporáneo, reuniendo el acervo del que ya sos parte? ¿Cómo te sentís siendo ya un miembro más de este maravilloso movimiento que instala un punto en el corazón de Sudamérica para el arte contemporáneo?
— Para mí siempre es una celebración la inauguración de un museo, porque alberga obras, las custodia, las conserva y las exhibe. Vi el edificio, es muy lindo, fue restaurado y da la pauta de que con insistencia, ganas y pasión se puede lograr.
Sé que este proyecto se inició en 2016 y fue creciendo con la iniciativa de Luis Niveiro, un gran amigo de Paraguay — hay obras suyas allá en museos. Su persistencia y pasión hicieron que esto se concrete. Estamos en la recta final y es una alegría enorme ser parte de esta colección, que incluye artistas correntinos, argentinos e internacionales. Ser parte de un museo siempre es importante para un artista.

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