El domingo a la noche, un grupo de artistas de extrema izquierda bandalizó distintos espacios de la Universidad Nacional de Córdoba. Colocaron una bandera de 16 metros, realizaron pegatinas y proyecciones audiovisuales con fuertes mensajes ideológicos. Utilizaron el Parque Las Tejas y dependencias universitarias sostenidas con fondos públicos.
La acción fue organizada por el colectivo “La Imaginación al Poder”, de orientación anticapitalista y discurso proterrorismo islámico. Justificaron la intervención con el pretexto de “romper el cerco mediático” sobre el conflicto en Gaza. Aprovecharon instalaciones estatales para respaldar a Hamas sin mencionar sus crímenes.
Los artistas militantes no hicieron una sola referencia al accionar terrorista de Hamas ni a las víctimas israelíes. La intervención dejó en evidencia una peligrosa toma de partido en un conflicto geopolítico complejo.
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Ataques antisemitas y mensajes contra Milei
Durante la jornada, también atacaron al presidente Javier Milei, al exmandatario Donald Trump y a los países de Occidente. Denunciaron supuestos recortes a la universidad pública y al sistema científico, mezclando causas infundadas y sin conexión lógica. Afirmaron que “Netanyahu es un criminal” y que no serán “una generación cómplice”.
Desde su comunicado, intentaron victimizar al pueblo palestino sin mencionar los secuestros, atentados ni escudos humanos usados por Hamas. Utilizaron el arte como pantalla para justificar y romantizar la violencia islámica. Proyectaron imágenes, pancartas y consignas sin ningún tipo de contexto histórico.
Los mensajes desplegados demonizan a Israel, exigen cortar relaciones y desinforman sobre el conflicto en Medio Oriente. Este tipo de actos no busca paz ni justicia, sino adoctrinar desde una postura ideológica extrema. El uso de espacios públicos para propaganda partidaria genera un grave precedente.
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Silencio cómplice y uso político de la universidad pública
La Universidad Nacional de Córdoba, hasta el momento, no emitió ningún comunicado al respecto ni condenó los hechos. El silencio institucional genera dudas sobre la permisividad frente a actos de alto contenido político y antioccidental. La falta de neutralidad mina la confianza ciudadana en una institución financiada por todos.
Mientras miles de alumnos exigen mejoras reales, la universidad es utilizada por grupos militantes para sus propios fines. Las actividades no fueron convocadas por ninguna autoridad académica, pero sí toleradas por la inacción oficial. La politización de las universidades públicas no es nueva, pero sigue agravándose.
Convertir espacios educativos en plataformas de propaganda radical atenta contra la libertad de pensamiento. Estos actos no representan a los estudiantes en su conjunto, sino a una minoría ideologizada con discurso violento.