Tonterías que dejó la tempestad

La tregua en Medio Oriente (siempre es prematuro hablar de paz en ese azaroso lugar del mundo), después de que una guerra más amplia y devastadora fuera inminente, promovió de nuevo el antisemitismo e instaló erróneas teorías aquí y en el exterior. Detengámonos en las cosas que se dicen aquí. Una de las más disparatadas sostiene que si el régimen de Irán continuara la guerra con atentados, la Argentina sería una de las primeras víctimas por la especial relación de Javier Milei con el jefe del gobierno de Israel, Benjamin Netanyahu. De tales divagaciones, sobresalen dos conclusiones ciertas. La primera consiste en que se reconoce, consciente o inconscientemente, que el gobierno de Irán es un promotor del terrorismo internacional. Los argentinos ya lo sabíamos: en los años 90 el país sufrió dos devastadores ataques terroristas; el primero voló la entonces sede de la embajada de Israel en Buenos Aires y el segundo, dos años después, derrumbó el edificio de la mutual de la numerosa comunidad judía local (AMIA). La Justicia argentina estableció que el régimen de los ayatollahs fue el autor intelectual y financiero del criminal ataque a la AMIA en 1994; la inteligencia local concluyó que también de Teherán procedieron la orden, la logística y el dinero que hicieron posible la voladura de la embajada israelí, en 1992. La novedad de aquella teoría es que, aun los defensores de Irán o los que disimulan su antisemitismo, aceptan ahora que Irán financia la violencia explícita o implícita en el mundo. ¿Por qué temen, si no, que Irán ordene un atentado aquí en respuesta a las políticas de Milei de acercamiento a Israel? La segunda conclusión radica en que el temor a un eventual atentado no puede condicionar la política exterior de un país; si fuera así, el mundo habría ingresado en un lamentable período de barbarie. En la Argentina, el presidente de la Nación es el encargado de conducir la política exterior, y el cruento ballet de misiles que acaba de ocurrir entre Israel e Irán puso una mirada objetora de varios sectores políticos sobre la alineación automática de Milei con el gobierno de Jerusalén. Para cualquiera que escuchó bien lo que aseguró antes el director general del Organismo Internacional de Energía Atómica, el diplomático argentino Rafael Grossi, resultaba claro que Irán estaba a un paso de la construcción de armamento atómico. “Irán tiene material suficiente como para producir bombas atómicas, quizás unas diez o un poco más”, dijo Grossi, y precisó que el gobierno teocrático de ese país estaba enriqueciendo uranio (imprescindible para tener la bomba atómica) en un 60 por ciento del 90 por ciento necesario. Grossi ya fue amenazado por funcionarios iraníes porque le atribuyen haberles dado a Israel y a Estados Unidos los argumentos para que atacaran las principales plantas nucleares de Irán.

Ahora bien, ¿para qué buscaba Irán producir bombas atómicas? ¿Qué nivel de riesgo significaba para Occidente que Teherán cambiara su estrategia de atentados criminales en sitios puntuales del universo por la enorme devastación que podrían provocar bombas atómicas en grandes regiones del mundo? De hecho, hasta Rusia y China, eternos y solitarios aliados de los ayatollahs, solo hicieron retóricas declaraciones contra las decisiones de Jerusalén y Washington de destruir las instalaciones nucleares iraníes. No hicieron nada en los hechos. Una bomba atómica es una bomba atómica para cualquier país. El primer ministro alemán, Friedrich Merz, fue quien mejor describió lo que sucedía en ese lugar desquiciado del mundo: “Este es el trabajo sucio que Israel está haciendo por todos nosotros. Todos estamos amenazados por el régimen de Teherán”, señaló Merz cuando el gobierno de Netanyahu comenzó la descarga de misiles sobre fábricas militares y edificios del gobierno iraní. Si ponemos atención en la advertencia del argentino Grossi y en el reconocimiento del alemán Merz, la conclusión es que Israel se colocó en el lado bueno de la historia, aunque su primer ministro sea ciertamente un hombre polémico y controvertido. Un gesto claro de antisemitismo es cuando cuestionan a Netanyahu y, por eso, piden la eliminación del Estado de Israel. Netanyahu puede ser criticado –y debe serlo–, como se critica a cualquier gobernante del mundo, pero nadie pide la extinción de un país por lo que hace quien es su principal líder político en la coyuntura. El ejemplo más expresivo de esa excepcionalidad con Israel es lo que sucede en Estados Unidos con Donald Trump: el presidente norteamericano no se priva de ninguna frase, decisión o acto que merezca una fuerte crítica dentro y fuera de su país, pero a nadie se le ocurre pedir que Estados Unidos deje de existir. Debe reconocérsele a Trump, en medio de las merecidas críticas que reciben muchas de sus políticas o de sus declaraciones, que él también decidió terminar con el peligro atómico que significaban las plantas nucleares de Irán. ¿Terminó? La respuesta está todavía en debate, aunque el propio Grossi reconoció que los daños causados por los misiles norteamericanos e israelíes en las fábricas nucleares de Irán fueron graves y provocarán una demora, al menos, en el proceso de fabricación de la bomba atómica.

Las decisiones condicionadas por el temor a un atentado pueden tener vastos alcances. Si ese fuera el vector de las resoluciones de un Estado, entonces el juez Daniel Rafecas no debió ordenar, por primera vez en el país, un juicio en ausencia para juzgar en un debate oral y público a diez funcionarios de Irán (algunos son funcionarios actualmente) que participaron del atentado a la AMIA; ese atentado dejó 85 muertos y se convirtió en uno de los actos criminales más graves contra la comunidad judía desde el Holocausto. Sin embargo, Rafecas cumplió con su deber luego de que el Congreso aprobara a principios de año una iniciativa del gobierno de Milei para modificar el Código Procesal Penal y permitir los juicios en ausencia. Como señaló el magistrado en su extenso escrito, han pasado 31 años desde el atentado y el país ha recorrido todos los caminos posibles para conseguir el testimonio o la indagatoria de los iraníes imputados en el expediente. Nunca Teherán hizo nada; solo sucedió el deplorable memorándum con Irán firmado por Cristina Kirchner para “buscar la verdad”. Extraño: ¿buscarían la verdad sobre lo que ocurrió con un crimen acompañados por los autores del crimen? La denuncia penal de ese disparate le costó la vida al fiscal Alberto Nisman. Si en más de tres décadas no sucedió nada, ya era hora de que el país intente un acto de justicia con la víctimas inocentes de aquel atentado, que es el acto que, en última instancia, decidió Rafecas. El juicio oral y público contra la nomenklatura vieja o nueva de Irán será, cuando ocurra, una novedad que expondrá ante los ojos del mundo los canallescos métodos del régimen de los ayatollahs.

El embargo es solo un pretexto del régimen cubano para justificar un fracaso de 60 años

La política exterior de Milei debe analizarse también bajo otros paradigmas. Reducir sus lazos de amistad, y la frecuencia de sus visitas, a Estados Unidos e Israel es una simplificación perjudicial para el país. El Presidente debe tener una relación madura con esos países –cómo no–, pero los intereses nacionales argentinos deben trabajarse de una manera mucho más amplia. De hecho, la relación comercial de la Argentina con el Mercosur, con China o con Europa es mucho más intensa que con Estados Unidos o que con Israel. Milei perdió con Diana Mondino, excanciller, a uno de los integrantes más valiosos de su gabinete. Mondino es economista y sabe de cuestiones comerciales. Por eso, se la veía siempre recorriendo los lugares del mundo a los que Milei no iba ni va, pero que son imprescindibles comercialmente para el país. El Presidente despidió a Mondino de su gobierno por haber mantenido en las Naciones Unidas una política que duró durante los 41 años de democracia: votar en los plenarios de la ONU a favor de pedirle a Washington que levante el embargo a Cuba, porque a cambio de ese voto se consiguió siempre un amplio apoyo del más importante organismo multilateral al reclamo argentino para negociar con Gran Bretaña sobre las islas Malvinas. Una cosa es el voto unánime en la OEA (Organización de los Estados Americanos) para reclamar esa negociación porque ese es un organismo del continente –como acaba de ocurrir y como ocurrió siempre–; otra cosa es el plenario de las Naciones Unidas, en el que están todas las naciones del mundo, cada una con sus intereses nacionales. El Comité de Descolonización de la ONU acaba de votar a favor de ese diálogo entre argentinos y británicos (como también siempre lo hizo), pero es una comisión, no el plenario. Mondino debió abandonar el gobierno por un voto simbólico porque ni Washington les da importancia a esos reclamos de la ONU ni el embargo es el culpable del desastre económico que vive Cuba, y los cubanos sobre todo, desde que la familia Castro gobierna ese país. Ni siquiera existe un embargo real; todos los países del mundo pueden vender y comprar en Cuba y hasta se levantó en su momento el grueso de las medidas que comprendían a las empresas norteamericanas. El embargo es solo un pretexto del régimen cubano para justificar un fracaso de 60 años. La ideologización de la política exterior es una pésima receta si la cultiva Cristina Kirchner o Alberto Fernández o Javier Milei.

La tregua en Medio Oriente es también una buena noticia para la economía argentina. Una guerra larga hubiera significado el cierre de los mercados financieros internacionales para todos los países emergentes. Encima, Morgan Stanley Capital International consideró la semana pasada que la Argentina ni siquiera reúne las condiciones para ser país emergente. No tener ese reconocimiento formalmente le impide a Milei conseguir un riesgo país menor. Aunque logró bajar de 2000 puntos básicos el riesgo país que heredó del dueto Alberto Fernández-Sergio Massa hasta los casi 700 de ahora, lo cierto es que le falta mucho para los ideales 300 puntos. El riesgo país es un requisito importante para que la Argentina pueda acceder al crédito privado y pagar, según explicó Juan Carlos de Pablo, las consecuencias del déficit de los gobiernos anteriores. El economista Fausto Spotorno sostiene, a su vez, que las guerras impulsan al dinero a buscar los mercados más seguros del mundo y que, si el conflicto no hubiera cesado, la Argentina no tendría derecho ni a soñar con volver a los mercados internacionales. “Y el país necesita regresar a los mercados financieros”, agregó en coincidencia con De Pablo.

La otra consecuencia económica positiva de una tregua en la guerra entre Irán e Israel es que el mundo se salvó de una recesión generalizada, que es lo que provocan las guerras siempre que suceden. Ninguna recesión mundial, además, le fue indiferente a la economía de la Argentina, que siempre se contagió en el acto. El Gobierno no considera importante el déficit de cuenta corriente del primer trimestre, que fue de más de 5000 millones de dólares. Parte de ese déficit corresponde a importaciones y otra parte a la enorme cantidad de argentinos que viajaron al exterior. Varios economistas concuerdan con el Gobierno y sostienen que parte de ese déficit se debe al crecimiento de la economía; es decir, a las importaciones que necesita una estructura económica muy dependiente de la provisión de insumos del exterior. Esos economistas sostienen también que los viajes al exterior de los argentinos son pagados con dólares de los propios argentinos, no por el Banco Central. En su mayor medida, al menos.

El Presidente debería contribuir, por su lado, a bajar el riesgo país. Su manera de referirse a sus opositores y al periodismo no es un buen antecedente para pedirle más credibilidad al exterior. Entre certidumbres y vaguedades, el mandatario insistió en los últimos días con un lenguaje escatológico para hablar de sus adversarios. Trump puede hacer eso (aunque es desagradable que lo haga) porque es el líder de la principal potencia mundial, pero Milei es el presidente de un país que necesita sobreactuar su regreso a la normalidad después de la larga excepcionalidad kirchnerista. Milei repite, por lo demás, una desdichada frase sobre el periodismo: “No odiamos lo suficiente al periodismo”. Es una implícita incitación a la violencia contra los periodistas. Semejante instigación se agrava cuando se produce en un país donde abundan los que obedecen el llamado del odio.


Más Noticias

Noticias
Relacionadas

Se entregó el conductor que embistió y mató a un motociclista en Perico

El hombre sindicado como el conductor del automóvil...

Multitudinaria marcha universitaria en Jujuy: «Es una situación muy crítica»

Los docentes universitarios decidieron realizar una Marcha Federal...

La Esperanza: un pequeño de 3 años murió tras caer a un canal de riego

Un niño de 3 años falleció en la...

El MPA aún no remitió el caso del secuestro de droga por más de $1.000 millones

El fiscal Federal Federico Zurueta confirmó a Jujuy...